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jueves, 20 de agosto de 2015

21 de Agosto de 2009

Hace 6 años, un 21 de agosto, aterrizaba, de nuestra feliz luna de miel, con las peores noticias, dos fallecimientos, uno muy cercano, que pasó mientras estábamos allí y otro el mismo día de nuestra llegada. 
El primero fue el de la abuela de mi reciente marido, la que no nos vio casarnos por días y la que se fue mientras estabamos de viaje. La llegada fue muy triste porque hacía días que estaba enterrada y se nos quedó un halo de vacío que hacía mas triste y pesada nuestra pérdida.
El segundo fue una compañera de trabajo,que se había convertido en mucho más que eso en los últimos meses, perdía la batalla frente a una dura enfermedad. En apenas 9 meses acabó con ella y se la llevó lejos de sus padres, de sus hermanos y de su marido... Recuerdo como me escapaba diez minutos y subía a visitarla. Como la dejaba notas en la recepción de enfermería porque estaba aislada y no podía recibir visitas. Como la llamaba desde mi despacho y la enviaba mails solo con un hola. Recuerdo que, desde qué enfermó, los desayunos no eran iguales, el café en la -1 dejó de ser el mismo. Dejamos de ser 5 para ser 4. Recuerdo que congeniamos muy rápidamente, y comenzamos lo que hubiera sido una gran amistad. 
La llegada al tanatorio fue confusa, entre triste y amarga y... agotadora. La imagen de sus padres y de su familia, de esa madre abatida... Sin lágrimas ya, porque las había derramado ya en los últimos meses, cada día estaba ahí y en cada sesión, estaba a su lado, acariciando su mano y hablando con ella. Ahora que soy madre no me puedo imaginar tal tragedia. Estoy segura que hubiera dado su vida por la de ella. Mirando un retrato de plata encima de su ataúd, me despedí de ella.
El funeral fue aún más doloroso si cabe, multitudinario, jamás he visto tanta gente para despedir a alguien. Un cuarteto de sopranos le ponía ambiente y dibujaba la tristeza que estaba en el ambiente, un cuarteto que con cada palabra que cantaba al son de unas notas exquisitas, reflejaba la belleza y la tristeza del momento. Unas bonitas palabras de uno de sus hermanos y de su marido, culminaban con nuestra agonía. Cada lágrima derramada en la iglesia de los peces era sentida y lamentada por cada uno de nosotros.
No hay un día que no la recuerde por cualquier detalle o que no vea nuestra fotografía en la cena de empresa de su última navidad y a la vez, la primera juntas. No hay un día que no piense en su familia ni en la tristeza que dejo su pérdida.
Isabel, sé que desde arriba, nos proteges a todos. Y desde aquí abajo, te echamos mucho de menos.


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